Media clase de ciudadanía para ciudadanos de clase media
Después de migrar hace más de tres años de México a un lugar-país más amable, aunque sin chiste, me encuentro -como la gran mayoría de la gente que conozco- en encierro voluntario.
Físicamente, solo convivo con mi pareja y mis dos perros. Prácticamente todas mis compras las realizo por internet y, desde antes, ya cocinaba el 90% de mis alimentos.
¿Este confinamiento tuvo un impacto irrevocable en mi vida? No. Para esta sociedad de privilegio medio, en la que estoy realmente confinada, hay peores crisis:
El capitalismo agonizante mató el año pasado el lugar donde trabajaba y, entre trámites y visas, no me han permitido encontrar otra manera redituable de ganarme la vida. Y en esta familia, vivimos 4 con el sueldo de 1, aunque ayudamos a otres cuatro y otres cuatro nos ayudan.
El machismo inescrupuloso no ha dejado de hacerse presente en mis días. Me acosan desde que era niña, mi sueldo siempre ha sido inferior al de los hombres a mi alrededor, mi relación se ha visto comprometida por preceptos obsoletos de generaciones más viejas e incluso la forma en como percibo mi cuerpo sigue siendo violenta y dolorosa a veces.
El racismo vive, tan obviamente entre nosotres, que en este país, al solicitar el seguro de desempleo por COVID-19 que ofrece el gobierno, una pregunta de censo es si pertenezco visiblemente a una minoría.
El clasismo me tiene metida en un recipiente de gente que se esfuerza al trabajar, sin poder aspirar a nada más que a tener qué comer, dónde vivir, un día de fin semana de cine o restaurante y una vacación anual. Gente que igualmente se niega a ver las carencias de los que tienen menos (acaso la característica que nos hace sentir iguales que las personas de clases más altas).
Nos hemos robado futuro al permitir el cambio climático, cada deforestación va tanto a los bosques del planeta, como a nuestras ramas pulmonares.
Y podría seguir esta lista. Pero hay que volver a lavarse las manos, volver a lavar trastes, volver a cocinar, volver a pasear perros y volver a desinfectar hasta nuestras intenciones.
Pero antes de continuar con este Día de la Marmota, me atrevo a pedirte, lectora o lector: si realmente no te está cambiando la vida, quédate en tu casa, no le estorbes a quienes sí tienen que salir a jugársela.
*Moravia creció en el suburbio de Coapa, en el ya fallecido Distrito Federal; tuvo oportunidad de estudiar en Florencia, Italia; escribir en Barcelona, España; enamorarse en la alcaldía de Benito Juárez y establecer su familia en Vancouver, Canadá. Cuida de un perro pura-raza japonés y otro, hecho de pequeños retazos del ADN de razas de todo el mundo. Vive para adaptar la moda a su presupuesto, está aprendiendo de nutrición y le escribe a les mexicanes. Es feminista, directora de arte e instagrammer. Quiere que mejoren las condiciones para toda la gente y todos los animales.
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