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Mauricio Morales Morales

Los gatos no creen en los ángeles



Gran problema

porque Evelin se metió sin saberlo en una de las puertas del cielo

y nadie le cree que es un gato.

Quizá por eso se disfrazó de ángel

para pasearse por el cielo desapercibida

Con sus manchitas moteadas

y sus pacitos apenas perceptibles.

Finalmente, ángeles y gatos se parecen en casi todo

Están en todos lados, pero es un milagro llegar a tocarlos

Se saben a sí mismos solemnes

Viven con un solemne cinismo que los aspirantes a personas

no llegamos a entender.




Sus supuestas necesidades son

una fachada para disimular su superioridad

y tienen la desfachatez de equivocarse

por pura curiosidad

Luego de un tiempo, Evelin no necesitó esconderse

los arcángeles ya la reconocían

y de vez en cuando le regalaban cien gramos de divinidad

que Liz, como le decían en el tercer cielo,

se esparcía sobre el cuerpo después de bañarse.

El día que Liz entró a mi casa a tomar agua,

luego de sobrevolar el chiquihuite, se quedó dormida.

En cuanto toqué su cabeza, desapareció

sin dejar más que una pluma azul,

pero juro que pude tocar casi cual pestañeo su pelaje.

Todavía está su olor a flor de naranjo en un pedacito de descanso

del que me aprehendo cuando no puedo soñar. 

Y eso fue todo

un instante suficiente para revivirlo cada noche

Si mi mente no me engaña

juro que puedo escuchar sus pasitos en el techo.

Los ronroneos a través de los que me habla en los sueños

me mantienen recostado por semanas mientras camino en la calle,

buscándole,

llamándole,

añorándole,

Clamando.

Hoy soy más bien melancólico,

aunque afortunado porque tengo memoria.

Le he hablado de aquella criatura a cada persona con la que puedo hablar

aunque sin mencionarla

porque cabe en todas las palabras

y en todas es incontenible.

A veces le encuentro en los abrazos

a veces en el llanto,

cuando me encuentro conmigo mismo y me confronto,

y encuentro en todos los ojos su mirada.

Y la encuentro a ella, y se va volando nuevamente.

Que sonrisa habrá tenido el cielo cada vez que Liz se desaparece

para ir a jugar en él.

Mas qué pesadumbre

qué sórdida pesadumbre me deja su ausencia,

Pero a un gatito revestido de divinidad,

no se le puede encontrar de otra forma que escribiendo

de madrugada y en silencio.

Y a Liz, no se le puede amar, sino como se aman a los ángeles

desde los sueños y después de la muerte.


 


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