Los gatos no creen en los ángeles
Gran problema
porque Evelin se metió sin saberlo en una de las puertas del cielo
y nadie le cree que es un gato.
Quizá por eso se disfrazó de ángel
para pasearse por el cielo desapercibida
Con sus manchitas moteadas
y sus pacitos apenas perceptibles.
Finalmente, ángeles y gatos se parecen en casi todo
Están en todos lados, pero es un milagro llegar a tocarlos
Se saben a sí mismos solemnes
Viven con un solemne cinismo que los aspirantes a personas
no llegamos a entender.
Sus supuestas necesidades son
una fachada para disimular su superioridad
y tienen la desfachatez de equivocarse
por pura curiosidad
Luego de un tiempo, Evelin no necesitó esconderse
los arcángeles ya la reconocían
y de vez en cuando le regalaban cien gramos de divinidad
que Liz, como le decían en el tercer cielo,
se esparcía sobre el cuerpo después de bañarse.
El día que Liz entró a mi casa a tomar agua,
luego de sobrevolar el chiquihuite, se quedó dormida.
En cuanto toqué su cabeza, desapareció
sin dejar más que una pluma azul,
pero juro que pude tocar casi cual pestañeo su pelaje.
Todavía está su olor a flor de naranjo en un pedacito de descanso
del que me aprehendo cuando no puedo soñar.
Y eso fue todo
un instante suficiente para revivirlo cada noche
Si mi mente no me engaña
juro que puedo escuchar sus pasitos en el techo.
Los ronroneos a través de los que me habla en los sueños
me mantienen recostado por semanas mientras camino en la calle,
buscándole,
llamándole,
añorándole,
Clamando.
Hoy soy más bien melancólico,
aunque afortunado porque tengo memoria.
Le he hablado de aquella criatura a cada persona con la que puedo hablar
aunque sin mencionarla
porque cabe en todas las palabras
y en todas es incontenible.
A veces le encuentro en los abrazos
a veces en el llanto,
cuando me encuentro conmigo mismo y me confronto,
y encuentro en todos los ojos su mirada.
Y la encuentro a ella, y se va volando nuevamente.
Que sonrisa habrá tenido el cielo cada vez que Liz se desaparece
para ir a jugar en él.
Mas qué pesadumbre
qué sórdida pesadumbre me deja su ausencia,
Pero a un gatito revestido de divinidad,
no se le puede encontrar de otra forma que escribiendo
de madrugada y en silencio.
Y a Liz, no se le puede amar, sino como se aman a los ángeles
desde los sueños y después de la muerte.
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