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Moisés Misael Mitre Mendel

Descenso a las minas


3 meses atrás, en una noche fría de noviembre, tomé una decisión precipitada. Pretendí actuar con valentía, con honestidad; sentí haber tomado a la vida y a la muerte por el cuello y mirarlas a los ojos. Imaginé la imposición del Ser sobre todas las cosas. El resultado: renuncié a la academia.


La decisión no era un hecho aislado, detrás hubo presión familiar, cuestionamientos directos sobre la participación en las finanzas y proyectos familiares. Por otro lado, en la escuela me sentía más aislado que nunca, un año de retraso y el casi nulo intercambio existencial con algún ser humano. Tambaleándose mi calidad de hijo y hermano, así como la naturalidad de mi vocación académica, opté por la solidaridad familiar. Mi decisión probablemente fue más estúpida que valiente.

 

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Entendí que no era un hombre de cubículo, pero bastante menos soy un administrativo. La mezquindad, corrupción y soberbia en muchos círculos de la academia me agotaron, estaba podrido en ellos, pues me di cuenta que también los había encarnado; pero ahora, aquí donde la productividad, la racionalidad irracional y el dinero, son el centro de toda la vida, los vicios de la academia me parecen un paseo en el parque.


Me equivoqué, metí la pata, terminé mordiendo un tornillo. Asumo la culpa, y la tendré que seguir asumiendo en cuotas de sangre al menos hasta que termine el año. Y aunque asimilo y admito el escarnio, también es necesario decir que en mis 25 años llevo 15 consecutivos sin una tregua; después de la niñez no recuerdo algún lapso que dure al menos unos meses en donde no me haya sentido acorralado, tratando de sacar la cabeza para respirar. Estoy cansado.


No le temo a la tristeza, a la decepción, a la ansiedad, pues han sido y serán compañía de toda la vida, son cosas que no sabemos apreciar, pero tienen mucho qué decir. No pretendo vivir sin ello, pero añoro, quisiera, necesito un periodo de calma, de realización, de conformidad con lo que me está pasando, algo de emoción y vitalidad.


Reconozco que lo que paso ahora es en buena medida mi responsabilidad, por no ser consecuente con lo que pienso y siento todos los días, por dejarme persuadir, peor: por persuadirme de que lo que quiero y me gusta no es viable. Me hice blando y me toca pagarlo. Escribo aquí con la intención del desahogo, pero también quiero reivindicar.


Como administrativo se me ha pedido que me <<olvide de todo>>, donde olvidarse de todo es desprenderme de mí, de mis lecturas, mis ideas, las cosas que me ilusionan. En medio de esta asfixia en donde Ser Yo, se está haciendo una religión proscrita; tengo que estar oculto, clandestino, tengo que filtrarme en cada rincón posible. Pensé en las prohibiciones históricas: el cristianismo, la sexualidad, las drogas.



El veto ha contribuido a redimensionar fenómenos, ha contribuido involuntariamente al ardor de ciertas hogueras; yo seré una más en esa historia. Y parafraseando al movimiento indígena: Nunca más una vida sin mí, sin nosotros.

 

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