Clamor hermafrodita
A Raquel Azamar
¡Maldita pastilla, ejecutiva en mis dolores! Me hace pensar… alucinar. Mas sólo eso me calma. Me gira la cabeza y recuerdo el mundo en un grano de arroz: Sofia, recuerdas la luz de Venus bajo el mar golpeado por un barco pesquero encallado, la boca triste de un joven drogadicto que buscaba un dios en medio del basurero, a los presidiarios comerciando somnolencias el día de las visitas, a la orquesta sinfónica de Londres mal acompañando a la Tocattina Nikolái Kapustin en el estómago de un niño que funge como inmigrante ilegal en medio del frio desierto.
Tus manos se extienden hasta ellos para acompañarlos, pues son tus cófrades, es decir, son tú, son un espejo real; tú entras en la misma denominación: eres otra víctima de algo más grande que tus decisiones o tu poder. Estás envuelta de significados ineludibles para formar parte de una estadística; hay alguien deseoso de no trasmutar tu condición ―el simbolismo, la lucha, la entereza―, pues si lo haces, nada tendría sentido; seríamos el mundo feliz y los poetas no tendrían temas para hablar en la comodidad de camas calientes.
Tú no quieres eso ¿Cómo privar a esas bocas de su sustento? «Uno como sea, pero las creaturas…» Y todo para aminorar la cualidad de la que formas parte: mujer transexual ―tristes madejas son las palabras― rociada con ácido por su amante frustrado ¡Qué fácil, Sofia! Un encabezado más, una nota para el noticiario, una ardiente discusión en foros sobre la mujer, una ley muerta en el Congreso, una furibunda marcha en el Zócalo, la consternación de un país con demencia senil. Ya no puedes echarte para atrás, Sofía. Llegaste a este punto de tu vida para callarlo, para no hacer público este dolor, para ser la execración de la crisálida ―la necesidad de dar un grito, pero enmudecido por ser irrealizable físicamente: una voluntad sofocada por el otro.
Qué frustrante. Ya comunicar no es el objetivo. Es externar un maldecir y una queja. No querer convencer, no buscar al otro, pues se siente y es insoportable callarlo―, para tomarte la pastilla del anonimato, para vengarte del ser amado al terminar el día. Este ser tan bello e inhumano.
Estos mareos del intelecto van y vienen. Quisiera hablar o decir algo por esta boca desfigurada. Es gracioso cómo los bebés gritan de una manera tan elemental; podría pensarse que jamás tendríamos problemas para hacerlo de adultos. Tener algo y saberlo irrecuperable.
Así será con Manuel; lo perderé en medio de un sufrimiento atroz ¡Qué necesidad! Tan hermosos que éramos juntos: no nos hablábamos desde hace mucho tiempo ―pero como cortejo me mandó un mensaje edípico―, nos llenamos de alegría al vernos, nos mostramos suaves, sonrientes, estábamos listos para satisfacernos del mundo, cogimos sin pena en cada arista del universo, recelamos las ausencias, convertimos la pandemia en una excusa para estar solos en el mundo ¡Cierto, la pandemia! Fue gracias a ella; no le daba pena estar conmigo; nadie estaba en la calle, solo nosotros. Aquellos dedos índices no se aparecían, había otras preocupaciones. Y la muerte, ella podía borrar cualquier ardor, molestia, malos tratos de esos ojos extranjeros e ignorantes del amor homosexual, heterosexual y hermafrodita representativo en cada paso nuestro. Dios cierra una puerta y abre una ventana como aquella donde puedo…
Todo me da vueltas de nuevo. Estás a punto de esperarlo afuera de su cuartel, seguirlo hasta su casa para traerlo aquí, a esta tierra verde para teñirlo de más verde: oliva, esmeralda, turquesa, manzana, agua, menta, cartuja, enebro, salvia, lima, helecho, oliva, pera, musgo, trébol, espuma de mar, pino, periquito, menta, alga, escabeche, pistacho, albahaca, cocodrilo. Él tendrá los tonos verdes del musgoso soto frente a mí. Pagaré dolor con dolor; piel por piel. Ya han hecho el hoyo tan hondo como esta cabaña, como mis manos extendiéndose y curveándose hasta aquel sonoro río, donde ya está la callada Sofía rejuvenecida ―por el pensamiento de un ser extraño, quizá un Dios, un escritor del destino― en tres piedras aguanosas. Ahí bañas tu cuerpo y los peces rodean tus zafios chapoteos, y logras verte por aquellos quietos cristales sobrevivientes y creados por ti en la tierra herrumbrosa: estás totalmente envejecida, triste e inmóvil bajo el árbol en una silla de ruedas de dudosa calidad, o ¿serás el árbol? Del árbol nace una protectora rama de una niña vestida de uniforme varonil. La evidencia es suficiente para producir una anagnórisis: las tres tienen una cicatriz a su siniestra. El chirlo originado cuando ustedes resbalaron, y habrían caído por un barranco, si no fuera por la alambrada, donde la espinada se refugió en la carne de sus brazos. Su tortura duro varías horas y sus aullidos llegaron a los oídos correctos. Recordaron a los turistas ojos que a la divinidad se llega con el martirio corporal y la elevación del espíritu. Ellos deseaban rezar bajo sus pies, proponer sacrificios, imitar tu dolor con otro tipo de constricciones.
Detente, cabeza, no permitas al ensueño componer esa música sacrílega, no me hagas revivir cómo me llevaba por los trabajos y los días, cómo me presentaba a los soldados ―y ellos me hacían reverencias regicidas―, cómo deseaba presumir mi desnudez frente ellos, también nuestra desnudez y, al final, la de todos, cómo me propuso matrimonio en una sana gritería, cómo llegó a golpearme con sus suaves manos y grabar mi último cuerpo, cómo se disculpaba entre dientes: «me obligaron», cómo ignoró su amor por una prueba de lealtad al sexto poder ―así son los narcos―, supongo. Y yo soy Sofía, supongo ¿soy lo que queda de ella?, ¿soy la niña en uniforme, casquete corto y zapatos feos?, ¿soy la mujer hermosa, divina y coqueta en minifalda?, ¿soy la muerta en vida?
Breve curriculum
Soy Pablo Ricardo Silva Guadarrama. Nací en la CDMX el 19 de septiembre de 1992. Soy Egresado de la licenciatura en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma Metropolitana campus Iztapalapa, titulado en el año 2019 con la tesis Laura Méndez de Cuenca: poesía en impresos en el siglo XIX. Estudio la Maestría en Apreciación y creación literaria en la IEU.
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