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Antonio Arjona Huelgas

Me quiero matar, Joaquín


-Me quiero matar, Joaquín.

Rosa miraba al acantilado, cómo si la caída la sedujese. Le gustaba el vértigo, siempre lo había hecho.

-No digas eso, Rosita. No me gusta cuando miras ese acantilado, siempre parece que te quieres aventar.

-A veces lo hago, Joaquín, de verdad, a veces lo hago.

-¿Qué tienes?

-Nada que tú puedas entender, lo he comprobado. Aunque deberías, al menos un poco.

-No digas eso, nos podemos levantar, podemos reponernos.

-Te quitaron la casa, y donde vivimos ahora no es nuestro hogar. Cultivamos, nos rompemos el cuerpo entero trabajando, nuestras manos están lastimadas, y todos los días son más inútiles. ¿Cuál es el sentido de trabajar tanto, si ni siquiera para vivir nos alcanza?

-No digas eso, sabes lo que le pasó a quiénes reclamaron. No tenemos esa opción.

-Cállate. Al menos hicieron algo. Nosotros nada hacemos, nunca nadie hace nada.

-Lo importante es trabajar, no debemos pensar cosas que no. Podríamos salir lastimados. Además, estar pensando en eso sólo sirve para estar triste…

-El patrón me viola cada semana, y tú te haces de oídos sordos. No tienes valor no para decirle que no. ¡No vales nada! Eres un cobarde.

-Rosita yo…

-Parece que te cortaron los huevos. No dudaría que el patrón lo haya hecho. Bien que tengo que cumplirte, también le debo cumplir al patrón, y trabajar.

- Podría pasarnos algo…

-Podría pasarte, a mí ya me pasa. Estoy harta de vivir así. Harta de vivir.

Con cada palabra, Rosa se acercaba más al borde.

-Rosita no…

-¿Qué no diga eso? Cada día es lo mismo, cada semana. Todos los años. Pasamos de un círculo a otro, en círculos que se repiten todo el tiempo. Si no termina aquí, enloqueceré, y mataré al patrón. Después me matarán, si no, yo me mataré de todos modos. Ojalá también te maten, te odio.

-No sabes lo que estás diciendo…

-Por supuesto que sé lo que digo. Todos los días quiero hacerlo. Estamos juntos, pero nunca estás. Estoy sola junto a ti. Ya no tienes alma, ni corazón. Ni sé en qué momento decidí seguirte. Era niña y era tonta. Ahora creo que soy aún más estúpida por seguir aquí.

-Po-podemos tener hijos…

-Nos mataron al que teníamos. No quiero otro, menos si resulta de ese hombre.

-Rosita, por favor. Te amo.

-Amas, pero no a mí. Si es así, tu amor es débil. Eres insignificante.

-Rosita…

-Perdóname, no hay más.

Rosa dio un paso al frente, mientras miraba el vacío por última vez.

 

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