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Marco Antonio Hernández Aguilar

La oscuridad trajo el caos


Érase una vez, en un planeta muy parecido a este, una raza de mamíferos desarrollada, con deseos de poder, con ansia y con miedo, con un sentido humano de las cosas y de las acciones.

Eran todos iguales, en color de piel, estatura, inteligencia y capacidades para obtener lo que se deseaba. El planeta era un paraíso que ofrecía todo al alcance de la mano, era de todos y para todos.

Hasta que un día una minoría de aquella raza de mamíferos decidió alzar la cabeza y buscar en el cielo nocturno la razón del porqué de su existencia.

¿Quiénes eran, de dónde venían? Las respuestas llegaron.

Era el atardecer del primer día del segundo año sobre el planeta de aquella raza tan peculiar. Todo transcurría con normalidad, cuando, de pronto, el cielo se oscureció y de él cayó una bola de fuego, aplastando las chozas, los plantíos; destruyendo todo lo que hasta entonces era sagrado para esa raza.

La oscuridad trajo el caos, el fuego.

Murieron muchos, casi todos. Los pocos que quedaron pelearon entre sí al no haber podido prever tan catastrófico acontecimiento, por no saber lo que fue y temer lo que sería. Se olvidaron de lo que eran. Se dividieron en dos grupos. Los que querían saber de dónde venían y los que querían encontrar a dónde ir.

Los primeros crearon un registro de los pasos que hasta entonces habían dado, los segundos prefirieron quedarse en la realidad y adueñarse de los plantíos, porque ahí estaba la respuesta: el futuro.

Los primeros encontraron las respuestas que buscaban. Se dieron cuenta de lo diminutos que eran en aquella basta oscuridad, en aquel interminable cosmos lleno de preguntas y respuestas. Encontraron que eran resultado de un intento fallido del universo, resultado de millones de años de caos, de guerras entre lo razonable y lo racional. Supieron que debían proteger estas respuestas de los otros. Sabían que eran el arma más poderosa para controlar la razón del mundo, la realidad.

Los segundos, continuaron con la transformación del planeta. Incrementaron su fuerza y se jerarquizaron. Inteligentes y fuertes. Los inteligentes, eran los que planificaban, los que tomaban la batuta en busca del mejor de los métodos para la adaptación del planeta. Los fuertes, ejecutaban dichos planes y se encargaban del trabajo pesado. A cambio, recibían una dosis diaria de algo que decidieron nombrar libertad.

Todo transcurría dentro de aquel orden. Una noche, uno de los inteligentes decidió entrar sin avisar al territorio del primer grupo, quienes se habían hecho llamar Los Guardianes de la Oscuridad. De todas las construcciones de los Guardianes de la Oscuridad, destacaba una torre de al menos 30 pisos de alto.

En dicha torre se encontraban guardados todos los conocimientos de todas las generaciones de Los Guardianes de la Oscuridad.

El techo de aquella torre estaba adornado con un mapa de la bóveda celeste de aquel planeta. El inteligente, se paró en medio de aquella gran torre y pudo verse y sentirse en el centro del universo. Se llenó de ambición.

Noche tras noche, regresaba a aquella torre sin que nadie notara su presencia. Hojeaba cada uno de los volúmenes que se encontraban ahí y los guardaba en su memoria. Y, aunque era inteligente, olvidaba algunas de las líneas cruciales dentro de aquellos escritos. Cuando olvidaba algo de ellos, lo sustituía con sus ideas, distorsionaba la información obtenida. La hacía mejor, según su entendimiento.

Así pasaron tres años. El sujeto destruyó la veracidad de aquel conocimiento y formó la versión real que todos debían saber. Sintió la necesidad de hacer llegar aquel conocimiento a los de su grupo, pero antes debía clasificarlo y aniquilar la sabiduría de Los Guardianes de la Oscuridad. Se le ocurrió la idea más perversa jamás conocida. Clasificó el conocimiento en bueno y malo. Lo bueno, era la categoría que le asignaba a la interpretación que él había logrado de aquellos textos, del conocimiento de Los Guardianes de la Oscuridad. Lo malo era lo incomprensible para aquel sujeto y su inteligencia. Todo lo que Los Guardianes de la Oscuridad sabían era malo porque él no lograba interpretarlo.

Así, llegó el día en que los de su clan, los inteligentes, tuvieron acceso a todo aquel conocimiento obtenido por Los Guardianes de la Oscuridad. Solían reunirse de manera secreta, donde solo ellos sabían qué y cómo se hablaba.

Acordaron dar a conocer aquel conocimiento, no sin antes atar al destierro a Los Guardianes de la Oscuridad y crear un nuevo grupo, al cual decidieron llamar Los Amos de la Oscuridad. Aquella asociación integrada por los inteligentes, decidió sectorizar su actuar, cual primitivas burocracias. Había quien se encargaba de la creación de textos que justificaran su dominio, quienes adoctrinaban al resto de los de su clase, los que vivían creando mitos alrededor de las realidad que ellos mismos creaban y también, como en toda sociedad que busca el desarrollo, se crearon elementos que pensaban diferente, los cuales se encargaban de encontrar de forma involuntaria las fallas en ese sistema y así ayudar a regenerarlo para mantenerlo vigente.

En un principio tenían pensado desterrar, desparecer para siempre a Los Guardianes de la Oscuridad, pero no fue necesario. Al final terminarían sirviendo para magnificar sus planes, para dar un sentido a su recién iluminado concepto de lo bueno y lo malo: la moral. Los malos, los monstruos, lo inaceptable, llevaría las características de todo lo que con anterioridad habían realizado Los Guardianes de la Oscuridad.

La innovación cedió su lugar al conformismo, la vida cedió espacio al miedo, el tiempo destruyó por completo el sentido de la realidad. Se dio espacio y significado a todo. Se crearon sociedades, se crearon lenguas, se crearon clases, se recurrió al odio, al resentimiento. El sol fue el horizonte (supuesto faro del conocimiento), y se dejó atrás la oscuridad, la maldad, al demonio que representaban Los Guardianes de la Oscuridad.

Han pasado los siglos, el tiempo, la vida. Así se ha justificado su existencia, así son porque no hay otra manera. No se puede dejar de ser así. Son todo en lo que nada es, son nada para todo lo que existe.

 

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