Un cigarro al atardecer
Hay días en los que sólo quieres estar 'solo'.
Tirarte sobre el pasto húmedo y mirar el cielo durante diez segundos,
en lo que comienzas a olvidar, en lo que empiezas a imaginar.
Dan ganas de encender un cigarro,
tirar el cerebro a la basura un rato,
y no pensar, no recordar.
Mientras miro el cielo y el andar de las nubes,
mis dedos llevan el sabor a mis labios,
ese sabor amargo como el de tus besos.
Extiendo mis extremidades
y siento como si mi cuerpo se uniera a la tierra,
y me dejó posesionar por esta indescriptible sensación.
Inhalo otra vez este pequeño estimulante
y veo cómo el humo que exhalo se deforma mostrando figuras alucinantes,
tomo manojos de hierba y los huelo,
veo el cielo un tanto gris y regresa el cigarrillo a mi boca.
Te recuerdo otra vez, y ahí viene,
ese escalofrío, esa energía que me hace estremecer,
que entra por mis pies, sigue en las piernas, en mi abdomen,
donde me hace confundir si es un escalofrío o un ejército de mariposas dentro.
Sigue aquí, más intenso, ahora en el pecho,
donde no me deja respirar donde oprime mi corazón con tanta fuerza que…
Aspiro de este cigarro de nuevo, parezco chimenea,
no me había dado cuenta, es el tercero que enciendo.
Y te vuelvo a pensar, siento cómo me sube la sangre de golpe a la cara
a consecuencia de lo que imagino. Ya está, otra vez,
es una especie de vacío en el estómago acompañado de escalofríos.
Cierro los ojos y empiezo a sentirlos húmedos, una lágrima;
sacudo la cabeza y aprieto el puño,
muerdo mis labios y me dan ganas de gritar y de quedarme aquí tirada toda la vida,
y mi mente está tan comprimida que…
¡¡¡Aaahhh!!!...
El suspiro, por tu ausencia.
La lágrima, por la distancia.
Y una sonrisa, por la felicidad compartida.