En la tormenta
Una luz inunda el mar del cielo en un instante; pero he cerrado las puertas, suspirando, mirando a Ruelo con su cola encogida. Dentro, solos estamos Ruelo y yo. En una de las esquinas de la sala, a lado del piano, sobre una mesa he dejado su correa, mi libro y mi taza de café. La lluvia cae sin timidez, las gotas rasgan el aire, pero el aire las desgarra; las copas de los árboles se golpean unas a otras con una delicadeza rítmica que observo y disfruto.
Acerco mi silla a la ventana: las nubes son negras pero el cielo aún respira en un atardecer claro. Ruelo ladra. No hago caso, debe ser la tormenta la que lo altera. Me pregunto a mí misma si no es la noche y el día dos caras de algo que ha sido dispuesto por el azar de una estrella que da luz y la oculta tras una roca estelar. La profundidad de la oscuridad que aventaja los hilos anaranjados que ha dejado el descenso del Astro. Me pierdo en este pensamiento eternizando el instante que se extiende y sigue vivo.
Ruelo sigue ladrando. Yo, sigo sumergida. A pesar del ruido de Ruelo cierro los ojos. Veo la tormenta de siempre, la tormenta de cada martes, yo estoy sentada en la silla a un costado de la ventana que da hacia el bosque. Por los bordes se escabullen los dedos fríos de un viento espeso, nocturno, extraído de la luna. Extiendo mis manos, abro los brazos, me veo a través de mis ojos en la misma posición, pero ahora mirando hacia la ventana, planeando qué escribir debajo de la lámpara, bebiendo un sorbo de café, olvidando el libro; Ruelo no ladra en esta vida de párpados cerrados, también ha desaparecido el sofá y los troncos de los árboles han envejecido.
Pero Ruelo sigue sentado sobre mis piernas, cerrando y abriendo sus ojitos marrones, el sueño del día lo invade, pero ya Ruelo cerró sus ojos y yo los mantengo abiertos mientras cerré mis ojos todo este tiempo. Abro mis ojos, abro mis ojos. Ruelo está ladrando. Ruelo sigue ladrando. Me inquiero esta vez. Alguien toca el timbre. Miro quién es. Es una mujer con un perro.
―Abra la puerta… ¡Por piedad! ... Estaba sentada en mi silla, esperaba a mi hijo. Quería descansar, cerré mis ojos y aparecí en este bosque, con este perro que no es mío. El perro dice que se llama Ruelo.
En el silencio me rodea un tornado de letras. Cuando abro los ojos despegan árboles, se derrumban las nubes, en los vagones hay fantasmas, un piar es la palabra incógnita necesaria. En este azar, en esta vida, me conmueve la forma en que se traduce el mundo con letras, sonidos, colores, símbolos.
¡Hay mundos que se esconden debajo de un charco! Eso es un secreto, pocos lo saben, pocos se detienen, pocos miran y escuchan el mundo que vive detrás. Me gusta leer, caminar, dibujar, escribir y escuchar.