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Octavio Huesca Heredia

No, no estoy engañando


Caminé hacia mi casa pero en rojizos laberintos me perdí por horas

escogí la ruta más larga adrede,

a pie y con pasos cortos para llegar lo más tarde posible.

Buscando trabajos con la menor interacción humana posible

entré al medianoche-cementerio para inspirarme

ahí todo parece calmo y relajante,

alguna vez pensé en ser enterrador para no tener que hablar con nadie

y leer encima de otros cuerpos en mi tiempo libre.

Cuando finalmente llego a casa y giro la llave de la reja blanca

un perro de seis cabezas, parecido a un buitre, ladra

a punto de abrir la puerta y se abre ésta primero,

aparentemente embrujada,

subo la mirada y ahí están mis padres sentados en la verde sala

no he dicho una palabra,

ni movido un músculo pero

cuando miro a mi papá, lo primero que me dice es:

- Córtate el pelo, ya estas grande para esas cosas.

Cuando miro a mi madre y le voy a decir lo que pienso me dice:

- ¿Pues entonces para que lees? Ya sabes que siempre ha sido así.

Al cruzar el umbral, me dan ganas de vomitar en la oscura puerta de mi mente

hay desorden y en general un hartazgo permanente,

me flaquean las extremidades, me explotan las retinas,

por respirar aire en la montaña, por beber agua limpia

y no bebidas carbonatadas.

Tan acostumbrado estoy al escape de los motores,

a la risa de los lambiscones

y a las ponzoñosas opiniones

que de la gente que más amo surgen:

yuxtaposiciones

Siento la cabeza agitada como salero

presión constante y delirante en mi cerebelo

mis dientes rechinan todas las noches

pero yo le digo insomnio.

Y no, no es un creciente odio

simplemente es un sinsabor sincero.

 


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