Principio de la política y el tiempo (Un mexicano que el tiempo perdía)
—La política es una lengua universal —pensaba mientras escuchaba La noche de los mayas de Silvestre Revueltas.
Sentado en aquella banca de la Alameda, veía pasar a las personas. Ensimismadas, ajenas al cotidiano canto de las aves, inmersas en el infranqueable tráfico de las tres de la tarde en la avenida Juárez y su cruce con el eje central.
La política debe considerarse una lengua universal porque es la única capaz de darle orden al caos original de nuestra humanidad y encausarlo en un cosmos racional. Todo lo que es conflicto, después de arreglarse políticamente, termina siendo un trámite burocrático.
Divagaba, pensaba, soñaba. ¿Existe alguna diferencia entre pensar y soñar?
Estaba sentado en una banca, en un fragmento microscópico del universo; viviendo en mímesis con los que van de prisa, con los que nunca tienen tiempo.
De pronto, como si fuese posible lo extraordinario en la ordinaria marcha del tiempo, apareció ella. Su sonrisa incombustible, su bella cabellera rizada, su piel de ébano y su mirada color almendra, corrompieron el instante y lo convirtieron en un momento que recordaría por siempre con singular alegría.
Se sentó a mi lado en aquella banca, en aquel microscópico lugar del universo en donde dos almas pueden sumar una total casualidad.
Me quité los audífonos para respirar más tranquilamente.
Ella volteó y sin quitar de su rostro la sonrisa me dijo:
—¿Sabes qué horas são?
Al escuchar aquella pregunta, por instinto saqué mi celular del bolsillo para checar la hora.
—Son las tres con treinta —respondí devolviendo la sonrisa.
—Obrigada. Hace un par de días que estoy en México, pero aún no ajusto mi reloj. El tiempo es un grillete, en todos lados— sonrió.
—¿Alguna vez te has preguntado si existe el tiempo?
—Para mim é um fantasma. Siempre asusta y no nos deja estar en paz.
Sonreí. En silencio pensé: si la política es un lenguaje universal, su origen es nuestra preocupación por el tiempo.
—Bienvenida a México —le dije mientras me ponía de pie—. Lo bueno de nuestro país es que aquí el tiempo se detiene por instantes para convertirse en historia, en monumentos.
Le sonreí y caminé hacia el Palacio de Bellas Artes.
—Somos la historia que escribe el tiempo; y su intérprete es la política.