Borde
Hoy estoy, como siempre, en la periferia. No es un drama, llevo así muchos años y estoy acostumbrado. Los días pasan sin mayor sentido desde aquí; como muchos otros infiernos, éste también termina haciéndose rutina. Uno deja de ir al diablo, se convierte en él. Así se puede andar mucho tiempo, casi sin darte cuenta, hasta que te topas con un espejo y tienes que recordarlo: hoy choqué con uno y lo recordé.
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No estaba muy lejos de uno de esos rincones periféricos, así que decidí que lo más sensato era ir a resguardarme en él. De hecho, es uno de mis preferidos. Desde aquí me ha sido posible contemplar la inconmensurable belleza de una figura, que además, reafirma mi esencia de lejanía, sintetiza mi condición marginal.
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La primera vez que la vi, yo todavía era muy ingenuo para saber lo que me esperaba; creía, en esa vanidad juvenil, que quería estar y que mi lugar estaba en el centro. Escuché una vez a una momia que había pasado toda su existencia como no-viva, decir que “mejor era vislumbrar un instante de cielo y perecer que vivir sin haber contemplado jamás el día”
Un arrojo similar, seguramente también venido de otro mundo, debió poseer mi imprudente corazón, y me hizo acercarme. Al igual que la momia insegura por la luz del día, yo sentía un impulso suicida redentor, por el día que había en sus ojos de bronce.
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Tal vez tuve mejor fortuna que la momia en cuanto a mi encuentro con el exterior, pero corrimos la misma suerte ante el reflejo. El Extraño tocó con sus manos un pulido espejo, que le reveló su condición de ajeno. Yo toqué con mi dolor, la sobrenatural belleza que reveló mi condición de extraño.
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El extraño volvió a su castillo, a cabalgar junto a los fantasmas, burlones y cordiales, al viento de la noche entre las catacumbas de Nefren-Ka, en el desconocido y recóndito valle de Hadoth, a orillas del Nilo” yo comprendí como él, “que la luz no es para mí, salvo la luz de la luna sobre las tumbas de roca de Neb, como tampoco es para mí la alegría, salvo las innominadas fiestas de Nitokris bajo la Gran Pirámide; y sin embargo en mi nueva y salvaje libertad, agradezco casi la amargura de la alienación”
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La luz central y vertical tampoco serán ni han sido para mí, y aunque no termino de agradecer la amargura, sí agradezco la salvaje libertad de estar lejos, de poder contemplar y soñar los horizontes, de imaginar mil historias de las personas que jamás van a querer contarme una sola. Aquí les dejo una:
Por qué Karen: 12/01/2017
Ayer la encontré cuando yo salía de la escuela, hacía aproximadamente una semana que le escribí un párrafo en el cual describía mis sensaciones en torno a una canción que me recordaba a ella, me parece que esto último añadió un poco de tensión a nuestro cruce, aunque regularmente sólo nos hacemos un gesto en señal de saludo y los nervios que pudiésemos sentir los dos resultan breves también. Es como si tuviéramos un pacto en el que ella al menos me sonríe y yo no cometo la necedad de ir a quedarme con ella; con eso me basta, y supongo que a Karen le sobra.
Por lo demás, cada momento que la veo me siento muy afortunado, no quiero pensar qué pasará cuando ya ninguno de los dos esté en la escuela. Sé que si tengo algo de suerte, tengo un año más para poder encontrarla, aunque nunca olvido el día que la encontré en el palacio de hierro del centro, eso me pareció un milagro, y engendró la esperanza de que se repita.
No puedo dejar de ser racional, soy consciente que bajo esa lógica mi atracción hacia ella tiene un sentido muy evidente. Por Historia, diré que su gracia me envolvió en un momento crítico: yo tenía el corazón recién armado después de haber estado hecho añicos. Con las cicatrices aún rosáceas pero que ya no sangraban, me sentí capaz de mirar a alguien, ahí estaba ella con su look colorido y su andar tan rítmico. Me sentía un hombre nuevo, más inteligente y seguro de mí mismo, capaz de acercarme…y así lo hice, fui hacia ella.
Una intuición que apenas ahora reconozco, me hizo saber que NO, ella y yo no. Sin embargo, su sincera amabilidad siempre que me acerqué, sembró algo distinto, un sentimiento que hasta donde yo sé, persiste, y va más allá de anhelar ser novio o amigo o lo que sea. Simplemente, me hace sentir vivo.
Sentí a Karen cuando era un hombre nuevo, cuando creí una vez más en la vida, en mí, en volar, nadar y correr. Es como si todas esas nuevas impresiones se condensaran en sus ojos, su voz, su cabello. Y aunque han pasado los años y muchos días he perdido el vitalismo, recordarla o verla me devuelve algo de ese momento.