Entrevista con Cortázar
Después de saludarlo, extendiéndole mi mano –seca del sudor de nervios que da conocer a una persona que se admira mucho– pronuncié frases elogiosas (exactamente no recuerdo cuántas y qué decían), también le mencioné la maestría insuperable de sus cuentos y la manía que me quedó, a raíz de “Axolotl”, de no ver fijamente a ningún animal, sobre todo en cautiverio.
Ha quedado impresionado con la Librería Rosario Castellanos y es difícil iniciar la entrevista, primero porque el sitio de la charla –como él la llamó– está cerca de los libros en francés y él lee mucho en ese idioma; en segundo lugar, porque las personas que lo reconocen se le acercan –en poco menos de cuatro minutos, conté diez personas– lo saludan, otras corren a los estantes donde se ubican sus libros y se los extienden en busca del autógrafo que él, sonrientemente, regala en la primer hoja.
Cuando por fin se sienta en los sillones dispuestos para la ocasión y mira fijamente el close-up de los ojos de Rosario Castellanos colocado en la pared, su agente literario se acerca y me susurra que debo ser breve, tres preguntas a lo mucho o una charla de diez minutos ya que “El señor Cortázar debe atender a otros medios”. En ese momento pasó por mi cabeza un tema y sin más solté:
Joaquín Balancan (JB): –Estamos con el gran escritor argentino y grandísimo cronopio Julio Cortázar, es para mí un honor realizar esta entrevista para los compañeros universitarios y hacerlo en el marco de la espléndida Librería Rosario Castellanos... (Interrumpe)
Julio Cortázar (JC) –Sí es muy bella, aunque esos televisores en la parte superior me parecen un poco pretenciosos, la música es muy agradable, tú me habías dicho que te gustaba la ópera, ¿no?
JB –Sí, claro, no soy un melómano, pero hay historias y pasajes musicales memorables, no hay tanta espontaneidad e improvisación como en el jazz, pero es hermosa.
JC –No, claro que se puede improvisar aunque no es lo mejor: sos muy joven, pero los teatros tenían una especie de domo, de concha delante y ahí había un tipo diciéndole las líneas al cantante, porque había muchos que se equivocaban o inventaban, en el peor de los casos. (Interrumpo)
JB –¿Y... usted cree que hay oficios en los que no se puede improvisar?
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JC –No necesariamente improvisar, se puede ser creativo. Vos imagínate a los políticos siendo creativos, sobre todo en el contexto actual, donde hay grandes sectores de la sociedad inconformes. Como en Guatemala o aquí mismo con el PRI.
Hay algunos personajes que fueron improvisados en la lucha y después se hicieron grandes políticos, está el caso de Sergio Ramírez, el escritor nicaragüense que fue incorporando de manera innovadora su oficio de escritor a la política, aunque eso le duró poco, ya que en 1990 entregaron el poder a la derecha.
En América Latina ocurre muy a menudo que hay políticos que resultan presidentes o gobernadores, que sólo siguen dictados de organismos extranjeros, sin la mínima cultura y sin intenciones de cambiar la forma de hacer las cosas, a ellos son a los que se tiene que combatir, son a quienes se les debe exigir innovar.
JB –¿Usted cree que puede haber escritores improvisados?
JC –No se puede improvisar ser escritor: los lectores identifican a los escritores así. Por más que una editorial quiera poner los libros de ese autor en las mesas de novedades, llene la librería con su foto y letreros del libro o incluso manden correos electrónicos, si el escritor es malo, los lectores no lo van a leer.
Cuando vivía en la Argentina me ocurrió que Sudamericana anunciaba las novedades internacionales en letras muy grandes y en una esquina con letra más pequeña, decía las nacionales, así me pasó con Bestiario.
Por más que ahora haya montones de premios literarios, si no hay calidad, si no se tocan los temas que interesan a los lectores de manera inteligente y concisa, no habrá servido la literatura como vehículo de cambio. El escritor debe pensar siempre que su libro es una carretera de dos vías, yo por eso prefiero el lector cómplice que el lector pasivo.
JB – ¿Cómo ve la literatura actual en América Latina?
JC – Yo creo que despreocupada, es decir, parece una literatura de entretenimiento; da la impresión de que lo dicho sobre este subcontinente, mi generación ya lo dijo, pero no es así. Yo no veo las nuevas obras criticando los excesos de regímenes caricaturales como el de Venezuela, Ecuador o Bolivia. Ni donde se consigne el espejismo de crecimiento en Brasil o el fracaso educativo en Chile.
Hoy la literatura ya no son vacaciones para el lector; debe ser la manera directa de explorar lo que nos ocurre, interrogar sobre sus causas y muchas veces ayudar para encontrar soluciones. Me parece genial la organización de los jóvenes por la Internet, la socialización del conocimiento por este medio, pero nos queda pendiente el acceso a la tecnología: hoy millones no pueden estar conectados, no reciben educación y tienen un panorama cultural limitado.
JB –¿Qué piensa del panorama literario en México?
JC –En México pasa que no sabemos qué quieren leer los jóvenes. Y eso es preocupante para el futuro de la literatura. Hay intentos que no tienen un contenido profundo, que no exploran los temas que pueden ser importantes para la región, que son traducciones de bestsellers de películas norteamericanas, que no les aportan demasiada perspectiva sobre las preocupaciones del país y que sí crean otra realidad, pero desconectada de nuestros países.
En el caso de la gente mayor, creo que hay un problema y es que ellos, no leen autores desconocidos, no exploran, leen a los de siempre, a esos que tienen sus revistas literarias, su propia editorial y comentan en la televisión diversos temas.
Para todo son expertos, sin que haya un compromiso de su parte con alguna postura. Y este consumo tóxico de su trabajo, los hace creer que la cultura son ellos, pero no es así: la cultura no son pocos, en acciones de pocos y que pretende definir a muchos; la cultura son muchas más expresiones, son los medios alternativos, son las hojas sueltas, el comentario en el café o en la sobremesa –recuerdo en Managua que las cocineras después de lavar platos leían a Rushdie– su interpretación, esa asimilación es cultura; no lo que vociferan en la televisión estos intelectuales (hizo comillas con las manos).
JB –¿En México no queremos pensar, es decir, preferimos que otros mantengan una postura? ¿Cómo ve a México?
JC – Veo dos problemas simultáneos –esto lo sé por mis amigos mexicanos– por un lado hay una especie de indiferencia general, de no tomar una postura ante la realidad cotidiana, ante los excesos de este gobierno, y por el otro, la falta de responsabilidad de los escritores –incluyendo a los que llaman ustedes ‘opinólogos’– es decir, pocos dan lo máximo de sí mismos, pocos se enfrentan al poder; prefieren mantener sus privilegios. Cuando vos juntás estas dos cosas, tenés una opinión pública muy pobre.
La impunidad se hace presente día a día y nadie se pronuncia con contundencia. Pocos intelectuales han dicho algo por el desastre humanitario que ocurre en México, por los jóvenes normalistas; yo fui estudiante normalista y me indigna la inoperancia, el desprecio del régimen político por los derechos humanos más elementales. México se queda sin testigos, los ciudadanos y sin acusadores, o sea los intelectuales comprometidos.
Cuando formé parte del Tribunal Russell II, el Secretario de la Comisión de abogados decía que las desapariciones constituyen tal vez la peor violación de los derechos humanos, porque impiden a la persona existir. Convierte a una persona en una no-persona.
Por eso la literatura no debe ser ajena a la realidad, aunque muchas veces arroje a las voces disidentes a alzar su voz en la calle, desde la soledad de sus libros publicados en tiradas bajas y en editoriales poco conocidas: como lo dije antes, pocos son escuchados a la hora de tomar decisiones y esos pocos prefieren adular, seguir siendo publicados en grandes tiradas, salir en televisión aunque sea diciendo mentiras, siendo irresponsables con la sociedad, ahondando la indolencia y paradójicamente el dolor de quienes sufren de este círculo diabólico de mal.
Cuando Cortázar termina de hablar, noto que hay unas veinte personas escuchando impávidas lo que ha dicho. No sabemos si aplaudir o llorar. No sabemos si dispersarnos o preguntarle más. No sabemos si darle las gracias o abrazarlo. No sabemos si despertar o seguir durmiendo.