Sartreana
En el territorio
aún sojuzgado por el
culto a la palabra.
Carlos Monsiváis
Su forma de pensar es sencilla.
De manera cotidiana especula con eso de que si las palabras se pudiesen oler, saborear, acariciar, ver, además de pensar, recordar, olvidar, oír, decir, callar, escribir, borrar, repetir, leer, escuchar, adivinar o inventar, el ser humano se comportaría de manera diferente ante la vida misma ya que la comunicación con sus semejantes y consigo mismo sería completa y placentera.
Así lo afirma en todo momento.
Si esto se pudiese hacer, dice con convicción, se debería a que las palabras tomaron forma, a que se apropiaron de un cuerpo con volumen, sabor, olor, textura.
¿A qué olerían?, ¿a qué sabrían?, ¿qué se sentiría si se tocasen, se palpasen?, cuestiona.
Además, cree que estas incógnitas, junto con otras, son planteamientos que se podrían hacer en la búsqueda de la concordia humana.
¿Qué sabor tendría la palabra amor?, ¿a qué olería la palabra odio?, ¿la palabra erotismo qué volumen portaría?, ¿qué palabra sería tersa al tacto?, son preguntas a las que, muy a su pesar, no tiene respuestas.
Pero además de interrogantes también tiene certezas, y sabe muy bien, por ejemplo, lo que algunas palabras le producen aún sin haberlas visto, olido, saboreado, palpado, con el simple hecho de escucharlas o saber de su existencia.
Así, palabras como desigualdad, violencia, corrupción, asesinato, inequidad, soberbia, mezquindad, esclavitud, abuso, injusticia, racismo, discriminación, guerra, muro, le provocan
n
á
u
s
e
a.
Se ufana.