Eterna obstinación
Antes de conocerte, imaginaba las cosas más insólitas: creaba un futuro donde podía tener todo bajo control, metas logradas, un trabajo exitoso, la felicidad que había deseado…
Pero fantasear con cada estrella de tu universo, cada curva de tus planetas, el olor que despedías cada vez que me acercaba…
Salía de órbita. Perdía el control, al ver las estrellas explotar. El miedo de salir a explorar nuevas galaxias, desaparecía al pensar en el roce de tus manos; sólo imaginar en llegar al último lugar del cosmos, me estremecía. El tiempo que ideaba contigo era como un agujero negro que nos envolvía y, en un instante, con una fuerza inmensa, nos lanzaba. No veíamos a dónde caeríamos; no había vértigo, ni mucho menos temor; sólo una sensación de euforia… porque estabas tú.
Caímos a una fosa muy profunda; nadamos con todas las fuerzas para tomar un respiro, y al salir, notamos que nuestro alrededor era una mezcla de colores azules y turquesas. Mientras los dedos de los pies sentían la suavidad de la arena, nadamos hasta cansarnos con los últimos rayos del sol.
Al llegar a la orilla del mar, me recostaba en tu pecho, escuchaba tu respiración y tus latidos. Al cerrar los ojos, eso me reconfortaba; al abrirlos, vi que ya no estabas a mi lado. Te buscaba por días y preguntaba por tus labios perfectos que parecen dos montañas rosadas; tus ojos color avellana, tus manos fuertes, tu voz varonil…
Aunque parecía que te escondías, no entendía las razones de tu ambivalencia; te buscaba desesperadamente.
Me sentía inestable, perdida, confundida, triste. Parecía que una parte de mí había desaparecido. Así pasaron los días, hasta que apareciste. Balbuceabas y yo jamás entendí. Eso no me importó, lo único que extrañaba era que estuvieras aquí y repetir esas explosiones de estrellas. Algunas veces desapareciste, provocando un vacío inmenso, inseguridad, pánico de que no volvieras… Pero regresabas. Otras veces permanecía con tu sonrisa, dándome tranquilidad. Sin embargo, todo esto no fue un sueño, sino realidad.
No soy de las personas que suelen escribir; menos si se trata de sentimientos. Leo una y otra vez las palabras anteriores y pienso que no soy yo. He escuchado historias sobre el amor y la mayoría de las personas me han platicado, con lágrimas en sus ojos, experiencias con sus parejas. Por supuesto, la mayoría de estos relatos se referían a muy malos momentos; algunas veces eran buenas anécdotas, aunque no duraba mucho el encanto, y yo siempre pensaba que si no se sentían cómodos, era mejor terminar y seguir.
Sin embargo, parecía que estuvieran ciegos y sordos; se aferraban a relaciones enfermas, celos, malos tratos, faltas de respeto e interés, en busca de soluciones; cuando siempre eran círculos viciosos donde vuelven al mismo problema. No obstante, hacían lo imposible por mantener a sus parejas conformes y felices, a pesar de que ellas no se sintieran de la misma forma.
Me parecía absurdo, y muchas veces me provocaba enojo, porque pensaba que no lo merecían. Pero, ¿quién soy yo?, sólo una espectadora que lo único que puede hacer es dar un consejo. O simplemente soy alguien que les ayuda a desahogar sus preocupaciones.
Soy de las personas que pensaba que las relaciones no siempre son armonía y felicidad; que obviamente hay altas y bajas, pero es proporcional; y si la falla regresa una y otra vez, es momento de finalizar. Quizá lo pensaba tan fríamente, porque nunca me había pasado algo así, ni había tenido un sentimiento tan fuerte por alguien. Hasta que te conocí.
Fue ahí donde me perdí;donde todo eso que imaginé, se volvió realidad.
Te presentaste de la forma y semejanza que yo pedía: eras educado, inteligente, trabajador, divertido, espontáneo, ocurrente, sencillo, halagador… Tenías cualidades que no podía creer. Aunque cuando te conocí, confieso que pensé que serías de esas personas que entran y salen de tu vida, como una estrella fugaz. Y al parecer, no estaba equivocada.
Es muy tonta esta situación porque en realidad salimos muy poco, no tuvimos algún tipo de título como amigos o novios; sólo hablábamos todos los días para contarnos los mínimos detalles: desde “¿Cómo te fue?”, hasta planes a futuro; música, astros, familia, política, mascotas, cine, sueños.
Siempre había tema de conversación, como dos amigos con diferentes puntos de vista. Aún recuerdo cuando salíamos y caminábamos tomados de las manos; reíamos, nos besábamos, había abrazos espontáneos y, cuando era la hora de despedirnos, tardábamos en hacerlo, como dos novios que no se quieren separar. Aun así, no estoy segura qué relación tenía contigo.
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El corto tiempo que me tocó vivir junto a ti, pasó muy rápido; y esos días donde no me preocupaba nada, se diluyeron. Vinieron inseguridades, miedos, celos, mentiras y una gran cadena en la cual no quería caer.
Llegó y me volví sorda y ciega.
Pasé por alto muchos de estos defectos, tratando de estar bien; o más bien, tratando de quedarme ahí, recordando aquellas anécdotas donde los protagonistas eran tercos y testarudos.
Ahora yo estaba en ese lugar, aferrándome a que todo estaba bien, a que las cosas iban a cambiar. Nunca fue así. Decidí alejarme y terminar de tajo con esta gran inseguridad que me causabas; a dudar si yo era la que realmente estaba mal. Sin embargo, aunque alejé mi físico, mis pensamientos siempre retornan a ti, buscando lugares que sé que frecuentas: con películas que vimos, con una copa de vino, como las que solíamos tomar en tu alcoba; con canciones que te gustan, y con estas palabras llenas de recuerdos, llenas de nostalgia, llenas de ti.
Sé perfectamente que es tonto encadenarse a personas, pero lo es aún más, anclarse a recuerdos. Y es en donde estoy; buscando la manera de que tú regreses. En esta eterna obstinación.