Sobre Carlos Monsiváis
“Estoy dispuesto a todo, he sobrellevado tempestades del alma, he sufrido, en las madrugadas, con ese sufrimiento que sólo entenderá aquél que padece insomnio, y que padece insomnio precisamente cuando está durmiendo, que logra combinar el insomnio y el sueño. Yo esperaba todo, menos esa frase, que me alucina, y que indica, en su desnudez, en su terrible y cruel precisión, tu renuencia, a compartir los gozos de la vida a mi lado, eso de decir : “como amigos, he” me parece algo de lo más insensato y de lo más sádico que he oído, la amistad es sólo una predisposición del ánimo, en cambio lo otro, esa vida en compañía al fluir de las olas del tiempo, es inmarcesible”
Hoy, 19 de junio de 2017 se cumplen 7 años de la muerte del escritor. En ese 2010, me enteré de su muerte de manera totalmente circunstancial, yo a mis 19 años no era ni de lejos un lector o siquiera alguien interesado en la vida intelectual del país; toda mi energía se drenaba en los traumas y dolores de la adolescencia, intentando acercarme a la adultez; pero más o menos, por azares contextuales, no estuve del todo alejado del escenario <<cultural>>; entre una novia que sí tenía acercamientos a ese mundillo, y la obvia carga mediática que tenía la muerte de un Carlos Monsiváis, me enteré que había muerto un personaje importante…, no creo haber reparado mucho más allá de eso.
Fue aproximadamente un año y medio después de su muerte, en el otoño de 2011, que choqué con un eco de Monsiváis. El verano de ese año, mi relación con Mónica Gabriela (el nombre de la ex novia que mencioné en el párrafo anterior) llegó a su fin, y yo, de por si depresivo, caí en una espiral de vacíos que de algún modo, me obligaron a buscar por todas partes algo que me hiciera sentir que había Sentido en vivir. Intenté aprender a tocar la guitarra, intenté probar mi suerte en el fútbol, intenté volver a patinar, intenté leer y escribir.
No fue un texto de él mi primer acercamiento a su obra, pero arrastrado por la inercia de haber hecho algunas lecturas, me interesé en la atmósfera de las letras. No tengo la menor idea de cómo es que llegué a encontrar un programa del canal 22 en YouTube sobre él, se llama Visitaciones; lo que sí recuerdo es que lo vi en la noche, en ese espacio oscuro y silencioso de desesperación por encontrar algún alivio que es la madrugada en periodos de abandono, esas madrugadas en que se acumulan todas las dudas, todas las penas y las desesperanzas.
Todo el programa, pero en especial las palabras del minuto 9:50 https://www.youtube.com/watch?v=nHDr9zKmQ8c fueron un bálsamo, uno hecho de lenguaje y sapiencia; a partir de entonces, una semilla arraigó en mí, y la posibilidad de libertad, de tener una especie de soberanía sobre mis emociones e ideas a través de escribir y pensar, fue un hecho que dio un giro yo creo que benigno a mi vida, que por lo demás, llevaba ya unos años muy atormentada.
Años antes, había leído unos cuantos libros, los cuáles, debo decir que me emocionaron y también han contribuido a situar como un pilar tan importante en mi vida a la lectura, pero debido a su naturaleza, no causaron esa otra ruptura.
Esos libros eran fantasía anglosajona contemporánea, bestsellers algo comerciales; de ninguna manera menosprecio lo que sembraron en mí, pero no es lo mismo esas palabras que me alejaban más del suelo en un sentido adormecido y pasivo, que el piso que te da sentir lo que dice un intelectual, uno de tu tierra, de tu ciudad, uno tan cercano a lo que vives cada día; y con que me dé piso, no me refiero a un realismo simple y reduccionista, sino a la oportunidad de que en tu cotidianeidad puedas hacer resonar tantas cosas, sentir que el mundo que habitas es tan inmenso y complejo, que no intentar conocerlo mejor, sentirlo mejor, es un acto aún más trágico que cerrar los ojos a la vida.
Casi seis años después de ese momento, no puedo decir que conozco su obra, acaso la intuyo, pues hace apenas un año o dos, si bien me va, que me siento un lector más maduro, más digno. Reconozco que me hace falta leer más, y sobretodo, releer mejor. Ahora no puedo más que intentar agradecer, aunque sea de esta modesta forma, al escritor que abrió las puertas, que desbordó el caudal en que ahora me intento sumergir y navegar.
Te conocí ya cuando no estabas, Carlos, nunca fui a una conferencia ni te leí en vida. Llegué tarde, como a muchas otras cosas, pero, como dijo ese poeta popular que admiraste “No hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”, y eso intentaré, saber llegar.