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Rodrigo Díaz Bárcenas

Frustración



El señor “M”, tomando su café por la mañana, leía indignadamente su periódico mientras echaba rabietas con cada nota desagradable que sus cansados ojos interceptaban. Su esposa, la señora “H”, que reposaba plácidamente en la estancia, observaba con gran atención las noticias del televisor, al tiempo que escenas violentas se precipitaban dentro de la antigua pantalla y pequeñas expresiones de asombro surgían de la vieja mujer. La solitaria pareja, habituada al tedio y a la rutina, pasaba minutos enteros en silencio durante el desayuno.


Su pequeño y desordenado apartamento daba la impresión de abandono y desgano; aunado con la suciedad acumulada y el penetrante olor a humedad, la vivienda contagiaba de silencio y desidia a cualquier ser humano que penetrara en ella. Quejarse de cualquier acontecimiento digno de su atención, representaba uno de los pasatiempos favoritos del señor “M”; a lo largo de los años su esposa había sido testigo de las múltiples promesas, rabiosas amenazas y discursos morales que éste pronunciaba durante las breves conversaciones de sobremesa.


-¡Estoy harto! Me es inadmisible la idea de existir en un mundo tan caótico como éste mientras la gente camina tranquila por la calle sin importarle nada de lo que pasa a su alrededor. Si tuviera veinte años menos…


-Es cierto querido, ayer que iba camino al súper mercado, topé con una joven mujer que gritaba furiosa al oído de su pequeño hijo al tiempo que le propinaba una serie de bofetadas. Me encontraba yo tan rabiosa que, indignada, crucé rápidamente la calle y distraje mi mirada. Seguramente el pequeño estará arrepentido de haber ensuciado su camisita con aquel chocolate.


Al escuchar lo anterior, parándose de prisa el señor “M”, arrojó su periódico al suelo y se dispuso a asear la cocina y limpiar la mesa. Sin embargo, esto lo haría en otro momento.


-¡Mujer! ¡Hazme el favor de preparar el baño!, porque saldremos a arreglar algunos asuntos que tengo pendientes.


Como si momentos antes la señora “H” no hubiese contado tremenda anécdota a su pareja, su expresión ahora parecía plácidamente relajada y hasta cierto punto feliz. Junto con el periódico, la situación del pequeño maltratado un día anterior, había quedado en el olvido y agonizaba en el sucio suelo del comedor.


 
 

Ya en la calle, fuera de las charlas de sobremesa, la pareja se dirige presurosa a las oficinas de “G” para realizar su pago mensual correspondiente. Este tipo de trámites sacaban a la vieja pareja de la rutina semanal y detrás de sus fatigadas y amargas expresiones, se asomaba una tenue alegría que invadía sus pensamientos.


Camino a la oficina, don “M” conducía lentamente su oxidado vehículo y dentro de éste reinaba un desesperante silencio que la señora interrumpió con un pequeño estornudo. No habían pasado cinco minutos desde que el silencio había sido agredido cuando una sonora sirena se vislumbró por el retrovisor del pequeño automóvil. Después de que el conductor hiciera caso omiso de la advertencia durante breves minutos, finalmente salió del camino y detuvo el auto.


El oficial de policía, de apariencia robusta y con un enorme vientre atrapado en su estrecho pantalón, bajó lentamente de su patrulla y se dirigió a su víctima. La amarga y dura expresión en el rostro de don “M” cambió súbitamente en cuanto vio el prepotente y retador rostro del joven oficial. Bajando la ventanilla de su auto, saludó con una dulce y amable voz al insolente verdugo que se inclinaba dentro de su portezuela con la mitad del rostro adentro e inundando de su pestilente vaho el pequeño vehículo.


-Tendrá que acompañarme a la delegación- dijo fríamente el oficial.


-¡Muy buenos días tenga usted oficial!- respondió enfático nuestro personaje -Verá usted… venía un poco distraído y no vi la luz roja, ¡no sabe cuánto lo lamento!


-No hay tal luz roja, simplemente iba usted demasiado de prisa para mi criterio.


Inmediatamente, la roja sangre de don “M” delató su rostro, quien guardando la compostura y sin expresar el mínimo enojo o descontento, le regaló al oficial una mueca parecida a una sonrisa.


-Tiene dos opciones, acompañarme a la delegación o ampliar un poco mi criterio para poder decidir qué hago con usted.


La rabia se apoderaba cada vez más del cuerpo y mente del señor “M”. Por un momento la vista se le nubló y todo a su alrededor giró vertiginosamente, en su mente escuchaba fuertes carcajadas burlonas acompañadas de sentenciosas miradas. Su puño se cerraba agresivamente y un fuerte puñetazo aterrizaba en la cara de ese gordo y despreciable oficial, abría con fuerza la puerta de su coche y saliendo de éste se dirigía al herido oficial para molerle el rostro a golpes y puntapiés. Finalmente, cuando el obeso justiciero se encontrara tumbado y sangrante en el pavimento, tomaría el arma de su pesado cinturón y vaciaría el cartucho del revólver en el enorme estomago de su rival, dejándolo moribundo a la mitad del camino y, jadeante, regresaría a la comodidad de su vehículo.Después de un largo minuto que le pareció una eternidad y luego de que su mente se despejó, recordándole su realidad, abrió los ojos lentamente y tomó de su bolsillo un desgastado billete que puso en manos del funcionario, con una resignada sonrisa. El resto del camino hacia la oficina fue dominado por un silencio sepulcral.

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