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Rodrigo Díaz Bárcenas

Insomnio



-Es tarde ya para leer, mis ojos se sienten cansados. Sé que debería ser más responsable y no llegar mañana de nuevo tarde al trabajo; pero, es que ¡es tan placentero contemplar el silencio de la noche!..., no hay mejor momento para estar solo que después de la media noche.

-Todo lo que me provoca desidia y apatía durante el día, en la noche se vuelve mi mejor compañía. Siento que de pronto, ya nadie me perturba, nadie se queja de la cotidianidad, de su rutina, ni pretende arruinar la mía. Pero mis ojos siguen cansados…


Durante la noche, mientras Carlos reflexiona, cada vez más entusiasta, el sueño se apodera lentamente de él; es un sueño ligero y fugaz que le permite de vez en vez estar consciente de que los nuevos pensamientos que lo invaden, son simples sueños. De pronto, se ve rodeado de una angustia inexplicable al verse levantándose de la cama, observando que el reloj marca las cuatro de la tarde y escuchando el mismo silencio de la media noche. Se apresura a vestirse con lo primero que está a su alcance y con un monótono reflejo, grita el nombre de su amante; casi tiene la certeza de que nadie responderá ante su llamado, sin embargo, lo intenta dos veces más y se convence de que, en efecto, en el departamento sólo está él.


Se resigna a faltar al trabajo; realmente nunca había faltado deliberadamente desde aquella vez en que su madre sufrió su último infarto y él tuvo que hacerse cargo de todos los trámites. No puede dejar de pensar en la noche anterior, se encontraba tan a gusto en su soledad y sus cavilaciones, que el simple hecho de no acordarse en qué momento se quedó dormido, lo pone de mal humor.


Por fin se había librado del fastidio de la gente a su alrededor y se disponía a disfrutar de su soledad, no era posible que estuviera tan cansado como para no poder disfrutar de ese irrecuperable momento… Ha decidido no ducharse y salir a la calle por algo de comer, no está de ánimo para cocinar, aunque de cualquier forma no hay nada comestible en la alacena desde hace ya varias semanas. Hambriento y desaliñado, sale de su apartamento en busca del primer establecimiento de comida que encuentre a su paso.


Con una mueca, que pretende ser sonrisa, saluda a su vecina de junto, que regresa a su departamento sin siquiera mirarlo, éste sale del edificio y una vez que se encuentra en la calle, rumbo al pequeño restaurante dos calles abajo, nota la indiferencia con que lo miran los demás peatones cada que pasan a su lado; naturalmente, no le extraña esa actitud puesto que nunca ha llamado mucho la atención, además trata de consolarse con la idea de que las personas en la ciudad le prestan más atención a su tediosa rutina que a la vida misma o a la de los otros.Por alguna extraña razón, esta mañana ha amanecido especialmente sensible y lo que antes no provocaba mayor atención en él, ahora hasta la cotidiana indiferencia merma su estado de ánimo y hace que su angustia aumente con el paso de las horas.


Finalmente llega al establecimiento y ocupa una mesa. Han pasado ocho minutos y nadie se ha acercado a tomarle la orden. En su desesperación llama agresivamente a una mesera que se acerca a él, y sin mirarlo a los ojos, le dicta monótonamente el menú del día. Carlos realmente no pone mucha atención a sus palabras y se limita a observar el movimiento de sus labios mientras la joven hace algunas anotaciones en un pedazo de papel.


Decide comer el primer platillo que escuchó antes de ignorar a la mesera y sale del lugar con su apetito satisfecho, pero más angustiado y atufado que cuando salió del edificio.Son ya las 6 de la tarde y recuerda que desde que su día comenzó, no le ha dirigido la palabra a nadie y que, a su vez, nadie se ha detenido a saludarle ni mucho menos a conversar con él. Normalmente, si estuviera en el trabajo, ya desde las 9 en punto habría estado escuchando las exageradas aventuras de fin de semana contadas por su mitómano pero simpático compañero de cubículo o habría estado discutiendo con el intendente mal encarado.


Nunca había pasado tanto tiempo sin tener que intercambiar falsos saludos, sin fingir escuchar las anécdotas de su compañero que ruega su atención, sin pelear con el intendente, sin soportar el acoso sexual de su obesa y grotesca jefa que, fingiendo bromear con él, acerca sus enormes pechos a su rostro y los sacude exageradamente al ritmo de sus sonoras carcajadas.


Tampoco ha tocado la bocina de su automóvil mientras se dirige al trabajo, ni ha estrechado la mano del vigilante a la entrada de la oficina.Todos estos episodios que amargan lentamente su día hasta dejarlo asqueado y con fuertes dolores de cabeza al llegar a su apartamento en la noche, las innumerables escenas que tanto detesta de cada lunes, ahora llega a extrañarlas. Piensa que simplemente es aburrimiento y se mantiene firme en su decisión de gozar su “día libre” aunque mañana tenga que volver de nuevo a su realidad.


A pesar de que intenta convencerse que éste ha sido el mejor día de la semana, no deja de pensar por qué nadie le ha dirigido la palabra, desconoce si será debido a su hosca mirada o simplemente porque el mundo ha decidido dejarlo tranquilo; de cualquier forma, todos lo ignoran y eso ha comenzado a inquietarlo.


Cansado ya de sus escasas horas de tranquilidad y soledad, empieza ahora a buscar con la mirada gente conocida, busca alguna persona que se digne hablarle o siquiera dirigirle la mirada. Decide caminar hasta el centro comercial más cercano con la intención de encontrarse a alguien que lo acompañe en el camino.


Lo más irónico es que antes de este día lúgubre nuestro amigo solía odiar la innecesaria compañía de la gente, siempre tratando de evitar saludar a alguien conocido que pudiera perturbar sus tranquilos minutos de camino cuando se dirigía al trabajo. Esta vez, ansía desesperadamente tanto un “buenos días” de un amable peatón, como el incoherente insulto de cualquier estúpido automovilista al cual se le atraviese por la calle.


Carlos empieza a pensar seriamente si seguirá vivo… no deja de pasar por su mente la idea de que posiblemente esté muerto y sea esa la razón por la que nadie se ha acercado a él, por la que todos lo ignoran… Se resiste a pensar en esas cosas y se limita a concluir que desde que inició el día, las casualidades no han dejado de ocurrir.Ha llegado a tanto su desesperación que, una vez dentro del centro comercial, golpea en la cara a uno de los trabajadores, al tiempo que roba algunos artículos de la tienda mientras sale tranquilamente por la puerta principal. El resultado es el mismo.


No deja de pensar en la inmutable cara de su víctima y en la pesadez de su puño, era como si le faltaran las fuerzas, como si aquél puñetazo hubiera sido una simple caricia o como si el viento hubiera detenido su golpe; no se explica lo que acaba de pasar, nada tiene sentido.Son ya las diez con treinta y cinco y decide regresar a casa dispuesto a terminar con su vida; sube rápidamente las escaleras y abre la puerta, el departamento sigue vacío.


No tiene idea de dónde ha estado su amante durante todo el día, pero es lo que menos le importa ahora. Nunca había corrido tan rápido desde hacía algunos años y el esfuerzo termina por provocarle un fuerte mareo que despierta unas náuseas insoportables; cuando la sensación disminuye un poco, corre a su habitación y saca del primer cajón de su ropero un brillante revolver que sin dudarlo introduce en su boca.


Con el dedo tembloroso en el gatillo, respira profundamente mientras un sudor frío recorre su frente y escucha el estruendo inconfundible de su cráneo rompiéndose mientras sus sesos se estrellan agresivamente contra la pared, cubiertos de sangre. Carlos despierta de un salto con la respiración agitada y el frío sudor todavía en su frente, mira su reloj, que marca las dos de la mañana. Se incorpora en su cama y se asoma a la ventana; la noche cálida y el cielo obscuro provocan una sensación de tranquilidad dentro de él.


Aún no se convence de que sigue vivo pero su angustia comienza a desvanecerse; está ahora más tranquilo y recuerda lo bien que se siente contemplar en su soledad las abandonadas calles de la ciudad durante la madrugada y desde lo alto de su edificio.-Me gustaría tomar un libro, pero es tarde ya… Nada mejor como disfrutar de la noche, pero será otro día; tendré que levantarme dentro de unas horas y comenzar a lidiar con esa fastidiosa gente que finge interesarse en mi vida y se acerca a mí con la falsa creencia de que yo me intereso en la suya. Pensándolo bien, mañana no iré a trabajar.

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