El sentido de la ciencia en una sociedad postradicional
Las sociedades anteriores al concepto de modernidad y, algunas que seguramente siguen manteniéndose al margen de la organización socioeconómica moderna, sustentan su estabilidad en gran medida por la tradición; la cual implica, en un sentido muy general y, entre otras cosas, la solidez de la memoria colectiva. La memoria, al ser un nexo constante con el pasado, necesita ser construida socialmente para que adquiera un significado racional.
Sin embargo, existen otro tipo de nexos con el pasado que no necesariamente implican una tradición, la peculiaridad de ésta es su naturaleza ritual, sin tal condición, no es concebible que exista, ya que el sentido ritual le brinda un carácter de verdad formular y eficacia causal, lo que significa que la practicidad o eficacia del hecho de la tradición, será concebido en un sentido causal, o sea, que no existe un cuestionamiento como tal, al contenido lógico de las acciones implicadas en el ritual de la tradición, sino a lo que éste genera, que es una conexión emocional y moral que asegura la estabilidad del presente, en relación al pasado.
La tradición es centralizada, su fuerza emana de una cosmogonía que es ajena a la participación del hombre, éste no tiene influencia sobre ella y, por lo tanto, sus marcos de acción gravitan en torno a lo que ella dicte. La tradición es, además, la conexión entre pasado−presente, y en una menor medida también con el futuro, en el sentido que se reinterpreta según las necesidades del presente, no se reinterpreta de objetiva y mediante mecanismos de abstracción metódica –como sucede con la ciencia−, sino que se ajusta a las actividades del presente, manteniendo el sentido de la verdad formular. En resumen: La tradición es la vinculación activa e interpretativa de la memoria (el pasado) con la sociedad (presente), y así genera también, una noción de lo que se debería hacer (futuro).
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En la sociedad postradicional se desvanece el poder de la tradición como núcleo estructural de la sociedad, ya que la forma de organización general planteada por la modernidad, es el concepto de progreso, o sea, una visión a futuro, sin tomar significativamente en cuenta el pasado, pues para la modernidad el pasado representa un acercamiento a la retrógrada e <<improductiva>> tradición.
La sociedad contemporánea se encuentra en un estadio postradicional, esto se puede notar en el carácter multipolar de los sistemas científicos e institucionales que rigen la mayoría de las opiniones colectivas en la sociedad actual, existe un campo de acción en donde el sujeto de manera relativamente individual tiene que decidir y elegir cuáles son sus acciones, la tradición dictaba qué hacer, ahora se elige lo que se puede hacer.
La elección es el control del tiempo futuro, para regir el presente, en ese sentido,el futuro es el presente, contrario al vínculo del pasado con el presente para poder tener certeza del futuro, que se da en la tradición. En la modernidad, existe un sinfín de fuerzas significadoras, que se encuentran en constante movimiento.
Uno no puede aspirar a tener el mismo tipo de certeza que se tenía con un sistema tradicional, que con el conocimiento científico, porque éste se mantiene en constante cambio, su<<verdad>> procede de sistemas abstractos que no son una vinculación puramente moral y emocional, sino una construcción racional encaminada mayoritariamente a la organización institucional de la modernidad, además de que emana de distintos polos de pensamiento, no es centralizada como la tradición que procede de una sola cosmogonía.
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A partir de esta idea, se puede inferir que una sociedad postradicional, aunque con un marco de acción más diverso y descentralizado, es una sociedad compulsiva, atada inevitablemente a su pasado –pues de él forma parte− pero, sin una noción reinterpretativa de él.
Los significados colectivos están determinados por el cálculo y la predisposición a futuro, se haga lo que se haga, tiene que tener poco qué ver con el pasado. Parto de esta idea construida por el sociólogo Anthony Giddens, para hipotetizar el sentido que tiene para la sociedad actual, <<la profesora Ciencia>>.
El anterior enunciado metafórico es lo más parecido a lo que significa la ciencia, en su sentido general, para gran parte de la sociedad actual, no es la madre tierra, ni la madre patria,ni ninguna de esas alusiones al vientre materno, la ciencia es nuestra profesora, nos dice de una manera racional qué hacer y cómo hacerlo, mas no emana la fuerza de pertenencia de una tradición –me reservo el contenido generalizador de mi afirmación, pues en los nichos cientificistas la vida puede ser distinta.
Las profesoras cambian y van “progresando” conforme pasa el tiempo y, crecemos como aprendices de ellas, para dirigirnos a una vida práctica. En cambio, las madres brindan una certeza, la cual no procesamos de manera racional, los regaños que nos hacen, suelen poseer una naturaleza universal casi incuestionable, y si se cuestiona, se filtra a través de un proceso moral de noción de culpa, por parte de los hijos. Aunque, en las últimas generaciones, hemos observado cómo el poder de las figuras de autoridad en la familia, cada vez se van difuminando más, entre derechos humanos y obligaciones cívicas.
Pienso que la mayoría de las personas del mundo occidental vivimos ese alejamiento de nuestros familiares. Al pasar los años son cada vez más desconocidos ellos, con los que vivimos todo el tiempo, que esas personas con las que interactuamos por un periodo de tiempo y espacio mucho más parcial, ¿y qué es la familia si no nuestro más próximo referente social del pasado? Así se presenta, en una metáfora que hace las veces de referente empírico, la desvinculación de la familia-tradición (pasado), y la vinculación ciencia-progreso (futuro).
Es imposible siquiera pensar en la viabilidad de que la humanidad olvide los sistemas abstractos que tantas vejaciones sustentadas en moral religiosa y necedad teológica le ha costado derrumbar durante siglos; desde la inquisición, hasta la lucha del siglo XXI, en algunos estados de U.S.A, por enseñar, a la par de la evolución el diseño inteligente, y esa no es para nada, la intención interpretativa que tengo para este ensayo; mucho menos la ensoñación de las sociedades tradicionales, lo que intentaré es acercarme a la forma en que podríamos vincularnos con el conocimiento científico, de una manera que vaya más allá de la idea de progreso y racionalidad a la que estamos acostumbrados, y que no a todos termina de convencer.
Esta vinculación suele estar también contaminada por una compulsión, en la que nos relacionamos con la ciencia casi de manera automática, sin cuestionar su significado con respecto a nuestro presente y pasado, tanto social como cultural. La divulgación de la ciencia se promueve en ocasiones casi de manera religiosa, no es extraño escuchar o leer a los cientificistas promover su cultura, alegando, sobre todo desde el campo de la salud, que la humanidad sólo va a encontrar su salvación en la medida que su capacidad y cultura científica esté desarrollada.
Lo bien o mal intencionadas que puedan ser las ideas de estos divulgadores, quedan de cualquier manera limitadas por lo arraigado de la herencia cultural, en muchas sociedades, se cuestionan estas herencias a veces milenarias, sin tomarlas en cuenta para promover sus ideas, es decir: no buscan una conexión con el pasado cultural para construir su idea de progreso, y eso, representa un vacío cognitivo casi natural para aquellas personas a las que se pretenda influir con el conocimiento científico, así, este conocimiento quedará sin sentido o abandonado al vacío aunque haya penetrado entre las instituciones tradicionales. No se ejercerá del todo, ni una forma de cultura, ni la otra, y el sujeto quedará conceptualmente a merced de los vaivenes de uno y otro discurso, pero no como receptor parcial de estos, sino como escenario del choque entre ambos.
Esta concepción simplista de la ciencia, no es más que el resultado de la ignorancia de la diversidad de la cultura y existencia humana, así como de sus procesos de transformación. Cualquier persona que se dedique de manera seria y crítica al quehacer científico, es consciente que la ciencia es también una forma de cultura. Para hacer un énfasis emocional en esta parte del ensayo, citaré de manera informal −ya que hace años que vi este documental en televisión y no lo he podido encontrar− a un documentalista que en un proyecto de análisis genético de la ruta humana cuando pobló la tierra, tuvo que pedir una muestra de ADN a un individuo de una etnia en Turquía, el documentalista le dijo: “la ciencia es lo que usamos nosotros para explicarnos el mundo”
Una combinación de palabras que además de ser emotivas por el contexto en que se desarrollaron, son la expresión más sincera y realista que una persona de ciencia podría hacer para expresar lo que significa, en general, esa actividad humana que ahora goza en muchas ocasiones de un privilegio que muy pocas formas de cultura pueden .
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Obviamente, debido a su capacidad pragmática de acceder a la realidad, la ciencia es un tipo de cultura que facilita, real o ilusoriamente la vida, lo cierto es que la mayoría de las veces, genera productos útiles, productos que no pueden generar de la misma manera el arte, el misticismo, el pensamiento paranormal, la religión, etc.
La ciencia no debe ser <<el sentido>>, sino tiene que ayudar a encontrar, junto a otras formas de cultura, el sentido.
Si la ciencia hace las funciones de la tradición se destruye a sí misma, y su trascendencia como una cultura transformadora se verá limitada al juicio de académicos con un prestigio que les dará de alguna manera la función de guardianes, como ya sucede en algunas ocasiones.
El sentido, según los autores Berger y Luckman, es una forma de experiencia que tiene un mayor peso, digamos cognitivo, para relacionar en torno a sí misma, las demás formas de experiencia, es el eje al que relacionamos un conocimiento con otro, y llevado a un sentido general, es un sistema de valores que nos permite relacionar la experiencia de una forma coherente, de tal manera, que nuestra conciencia no se encuentre vagando entre mares de experiencias.
Como mencioné, en un principio de este ensayo, nos encontramos en un estadio postradicional; la tradición, era la principal fuente de sentido; Al haberse superado tal condición, nos encontramos con muchísimos sistemas de valores que además, están sujetos a posibilidades extensas –o ilusoriamente extensas, según se quiera ver− de elección, esta situación no permite que una forma de cultura y conocimiento sea plenamente la única proveedora de sentido.
Por esta razón, pienso que la ciencia –y lo digo como aficionado y admirador de <<ella>>− no tendría por qué ser encumbrada como la única forma de sentido válida para expresar o incluso, entender, las diferentes formas de actividad humana y, no humana, porque si así fuera, terminaría convirtiéndose en aquello con lo que tanto se enfrentó: la tradición expresada en su forma religiosa, aquello incuestionable y que termina por ser insufrible. Para que la ciencia siga siendo ciencia, debe saberse acompañada de otras formas de cultura, y no por encima de ellas.
El sentido, puede ser poético, espiritual, filosófico o científico, según sea el caso, en una sociedad de múltiples sentidos, el único sentido al que se puede y habría que aspirar, es al conocimiento de la existencia de esa multipolaridad, saber en qué caso se aspira a una u otra cultura, promoverlas, sí, pero no imponerlas, que es lo que sucede en muchas ocasiones con la ciencia, la cual sin duda es hermosa, pero en su forma auténtica, como eterna buscadora, no como impositora.