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Mario Alberto Gurrola Suárez

La crisis de la familia en la ciudad



Parte de la legitimización de la sociedad entre los primero pobladores, totalmente racionales y organizados ya en pequeños grupos, en este planeta proviene de la Familia vista desde cualquier manera de orden: sidiásmica o punalúa; matriarcal o patriarcal; poligámica o monogámica.


La gran estructura consolidada como lo es la Familia, nos remonta a una serie de parámetros que debe cumplir ésta. Retomada desde cualquier enfoque (económico, ideal, funcional, religioso, o núcleo del individuo) la familia representa una base específica y concreta dentro de la sociedad –por no proponerla más como la raíz principal de la sociedad- pues es el primer escalón que orienta al individuo a interactuar socialmente.


 

 


La Familia, propiamente dicha, es el cúmulo máximo de valores; ente generador de conducta frente a la sociedad (definida de manera recíproca por la ya mencionada). Sociedad y Familia, Familia y sociedad; ambas separadas en sí mismas, pero dependientes entre sí. El observar mínimamente a la familia como pequeña sociedad representa una hipótesis débil a la cuestión hermenéutica, sin embargo, a diferencia del paradigma aceptado antiguamente, y actualmente defendido con uñas y dientes, me permito decir empíricamente que es una pequeña sociedad; tal es el caso que se ha vuelto tan cambiante y evoluciona con mayor rapidez que la sociedad misma.


La generación de la Familia tradicional (en la cultura occidental y citadina) ha terminado, o se está terminando, debido a la producción masiva de estereotipos alternos a los ya establecidos. A qué me refiero con esto: las Familias lideradas por matrimonios homosexuales, matrimonios disueltos, o padres/madres solteros (as) entre otros; que, influyen de manera notable y directa en el proceso de cambio paulatino de la Familia y por ende de la sociedad.




La Crisis propiamente dicha, empieza con esto ya que se atenta contra la visión religiosa principalmente, no obstante también con la moral social y con la serie de valores impuestos. Dentro de lo mencionado, se encuentra la pérdida de moralidad entendida socialmente; el tipo ideal propuesto, e impuesto con el tiempo, se rompe y empieza a ser reemplazado con modelos diferentes proporcionados por la rienda otorgada a las preferencias sexuales, a la liberación de la mujer, la dependencia e inestabilidad económica regida por el mercado o el trascender tecnológico brutal y la falta de oportunidades. Se ha dejado de lado el modelo popular y la Familia ha presentado saltos cualitativos y cuantitativos importantes en su estructura física y valorativa[1].


Empieza la reestructuración del individuo. Una Familia compuesta sólo por la mamá o sólo por el papá, construye una personalidad diferente[2] en los individuos que se crían dentro de éste núcleo (hijos), y si a esto se le agrega una situación económica precaria e inestable, afecta la visión de los ya mencionados. La madre/padre que trabajan dejan a la deriva su papel dentro del desarrollo conductual y psicológico de sus descendientes, y lo cual se demuestra de manera considerable en el desempeño social de quienes dejan, para llevar el sustento a la casa.


 

 

Lo mismo pasa con los matrimonios homosexuales, pues muestran una cara diferente, (al igual, en comparación con el modelo tradicional de la Familia) pues, aquellos que poseen hijos pueden llegar a afectar, de manera gradual o extrema –según el grado de comprensión, edad y el modo de revelarle la situación al individuo en desarrollo- su percepción ante la sociedad, sin embargo, su verdadero peso radica en su insistencia por ser aceptados, más que Estatalmente (recordemos el matrimonio entre personas con preferencia), socialmente.


Con tal ambivalencia lo que podemos esperar en términos sociales es una sociedad más heterogénea y dividida con lazos de solidaridad débiles o fuertes pues dentro de este rubro entraría el cometido del los agentes ideológicos y represivos del Estado, de su intromisión y de cómo sobrelleven éstos cambios.

[1] Refiriéndose a la conformación “padre, madre e hijos” y a la orientación y desenvolvimiento social, respectivamente.

[2] Independientemente de que tengamos la capacidad de suplantar esas imágenes de autoridad por otras, no exime la ausencia de esas figuras del todo.

Ciertamente, la Familia revoluciona en gran medida a la sociedad. Hay una producción excesiva de cultura subjetiva -en términos familiares- y como consecuencia, la pluralidad de los individuos y sus formas de comportarse, sus formas de desempeñar el rol -que emiten como tipo ideal, las instituciones sociales dentro de su sociedad- el cual, si no evoluciona o se adapta a las nuevas exigencias presentará grandes dificultades para las instituciones que se empeñan en conservar esos papeles de actuación social.


La reestructuración de las formas sociales, representa un riesgo, pero, una Crisis bien entendida puede desestabilizar una organización social tan “sistemática”, si ésta no está dispuesta a responder de manera favorable a las peticiones y sigue excluyéndolas.



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